Un poema de Maximiliano Sauza Durán
Yo caminaba por la calle y no se sintió nada.
Me enteré que la tierra había estado
moviéndose y había cobrado por salario:
los hogares de unos tantos, el patrimonio de
algunos otros, unos niños atrapados,
la memoria de quienes hace más de treinta años
ya les habían quitado demasiado. Cobró también
las vidas: la de esos niños; la de peones que
les tocó trabajar en un edificio sin paredes; la de
mujeres (¿madres, hijas, abuelas?)
que ahora habitan un país lejano.
La tierra se movió, y se movieron
los Héroes anónimos. Y yo los veía desde acá,
desde la ciudad donde no se sintió nada, desde esta
silla y esta mesa y esta tanta tarea
y estos tantos quehaceres absurdos.
(Creí por tantos años
que los héroes
eran simples ficciones.
Simples caricaturas o nombres de calles que nunca
transcurría.)
La tierra se movió. Yo no sentí nada. Pasé a la farmacia.
Pedí algún par de medicinas “para los damnificados”.
“¿De las que nadie ha comprado?”, preguntó la cajera.
“Sí”, respondí. Y entonces me dio alcohol etílico,
pomadas para quemaduras, y algunas otras, que
no sé para qué sirven ni a quién le servirán.
¿Quién tendrá en sus manos
aquella gasa; quién comerá de aquél arroz;
quién beberá de esas aguas? No lo sé.
¿A qué desafortunado, este afortunado le
entrega, desde esta ciudad donde no se sintió nada,
alguna lágrima también anónima?
Maximiliano Sauza Durán
Arqueólogo egresado de la Universidad Veracruzana. Autor del libro de cuentos Los monstruos de marzo (2016).