Un poema de Virginia Hernández Reta
I.
Vergador, verguismo, vergaderamente, vergudo, antiverga, proverga, exverga, vergar, vergación, vergasmo.
Verga no es una palabra
como agua,
que compone a muchas otras
aguacate, aguado, aguador, aguacero, aguachento, aguafuerte, aguantar, aguamiel, aguamarina, aguardentoso, aguar, aguardar.
Hay poco
entre verga y vergüenza,
pasando por vergajo,
la verga del toro
que, después de cortada, seca y retorcida,
se usa como látigo.
Verga mástil,
ciudad de Maranhão.
O, en plural, localidad en Minnesota;
apellido de un psiquiatra y de un novelista italianos
(qué manía latina con la verga).
Pero también de un jugador de baloncesto.
Existió un Salomón ben Verga,
historiador y médico hispanojudío del siglo XV.
Quizá entonces la palabra no remitía a nada
de lo que significa hoy:
-eso valió verga, eres es una verga, vete a la verga, come verga.
De allá a acá, ha crecido, se ha hinchado, se ha llenado
de significados
la palabra.
Nació de virga,
varita pequeña,
que también recuerda
a virgen.
II.
Verga, falo, pene.
De cualquier forma, provoca.
Erecta –arma ansiosa-,
o blanda y lastimera.
III.
En Islandia hay un museo de vergas.
En realidad, es cosa más seria: una faloteca.
Doscientos y tantos miembros
de especies terrestres y marinas
provenientes de ese lugar remoto
o de otras partes del mundo
o de otros mundos
mitológicos y artísticos
como trofeos, embalsamados, disecados o en formol.
El de mayor valor sentimental:
aquel de un amigo del director
(donación póstuma, desde luego).
Tiesos como arpones, blandos y alargados como grandes pepinos de mar,
hongos, serpientes, brazos levantados con el puño en alto.
Cuando sale el último turista,
se apagan las exclamaciones, las risitas burlonas y la luz.
Quedan a oscuras, estalagmitas inútiles,
sin argumentos ni poder.
IV.
Sentada en un sillón de hospital,
intento convencer a mi padre
de que llamemos a la enfermera.
Pero él no espera.
Se incorpora y sale de la cama
con sorprendente rapidez
para lo mal que se encuentra.
No consigo alcanzarlo.
La cama me estorba.
En su carrera al escusado,
no le importa que su bata se abra.
Lo veo huir, antes tan pudoroso,
ahora con la espalda y las nalgas al aire.
Entre las piernas le cuelgan,
crecidas por la edad,
violáceas,
las partes que,
conmigo ahí,
han dejado de ser íntimas.
Lo dejo ir
y desvío los ojos.